Sofros El Monaguillo nos devuelve al mundo de los tintos recios, sabrosos.
- Juan Fernández-Cuesta | 05/09/2014 | www.abc.es
Alcanzar la belleza. Ese es el último objetivo de la entelequia. La entelequia sería la belleza plena, e imagino ésta, si existiera, como una sonrisa entre uvas, entre pinceles y pinturas, entre exquisitos vinos ya mudados. Sería también un paseo de la mano de Florentino Ferrín y Ramiro Carbajo. Dos soñadores. Soñadores más allá de la fantasía, creadores de ese vino que «todos tenemos en la cabeza, sin condicionantes, nada de jefes, nada de dinero…». Filósofos bienhumorados.
Sembraron sus ilusiones en campos próximos a Toro para obtener un vino espléndido no exento de pecado. A 700 metros de altitud, suelos de arenisca, arcillas y calizas, con profusión de cantos rodados. Nace de allí, y también de un estío ofuscado quedó impregnado, pero menos que muchos otros de ese 2011 tan agobiado. Alcohol de sobra, que es maldad, pero sin el equilibrio vedado. Equilibrio de verdad. Vivo, lleno de fruta y cubierto por una barrica que esta vez deja al vino tan solo adornado. Sofros El Monaguillo, una vida eterna entre viñas adultas, me ha emocionado. Envuelto por la madurez, bien sazonado, hasta delicioso por instantes, es el otoño que ansiamos. Momento de tintos recios, sabrosos, de vinos que nos regresen enamorados.